Debo empezar reconociendo que tiene algo de oportunista el escribir hoy en día cualquier cosa contra los diésel justo cuando, probablemente, esté empezando su declive, y eso que soy defensor confeso de la gasolina. Pero igualmente he de reconocer el tremendo gusto que da mirar para atrás y ver que no todo el mundo se tiró a la piscina sin comprobar el nivel del agua.
Me gustaría decir que yo fui uno de ellos, pero mentiría. Fue mas bien un "nosotros": mi padre y yo. Creo haber comentado en alguna otra entrada que mi padre es de esa generación de señores que sabe mucho de casi todo y adereza sus conocimientos con sentido común y prudencia. A tipos como él la gran mayoría de las decisiones nunca les vienen grandes, y comprar con urgencia un coche nuevo por muerte inminente del viejo no iba a ser la excepción.
A principios del siglo XXI yo aún era un niño, pero en materia automovilística tengo una memoria razonable: eran tiempos de la gasolina a unos "ochenta y poco" céntimos y el diésel a 70, hablando siempre en una moneda, el Euro, que apenas llevaba unos meses en circulación.También eran los días del "Diéselgustazo" y cada vez se veían más HDI, TDI o DTI, que ya llevaban unos años entre nosotros ofreciendo unas muy razonables prestaciones con menores consumos que los equivalentes de gasolina.
En el ideario popular aún pervivían en la memoria los diésel atmosféricos de 10 años atrás, generalmente motores indestructibles cuyo kilometraje podía medirse en continentes y tiraban igual con gasóleo e-plus que con aceite de freír filetes de lomo. Parecía que comprar un TDI garantizaba hacer medio millón de kilómetros sin problemas y elegir gasolina, además de definirte como idiota, supondría llegar renqueante a las seis cifras. Vivíamos ajenos a la complejidad que iban adquiriendo los motores diésel para acercarse en prestaciones, agrado de uso y limpieza de gases a los gasolina.
Recuerdo que en casa echamos números: no sólo entre modelos, si no entre motorizaciones dentro del mismo coche. En el modelo que nos interesaba la diferencia entre la versión diésel y la de gasolina de idéntica potencia y equipamiento era de unos 2.500 euros, una cantidad que, según los cálculos del "jefe", tardaríamos en amortizar pasados los 200.000 kilómetros -por aquel entonces, la cifra mágica eran 20.000 km/año para escoger un diésel... ¡y valía para cualquier coche!- . Aparte de lo económico, no sabría decir si hubo algo más que inclinase la balanza a favor del 1.6 16V: si intervalos de mantenimiento, coste del seguro o de algún impuesto. Lo que sí recuerdo es a varios familiares y conocidos recomendándonos una motorización diésel: algunos hablando maravillas, otros directamente instándonos a elegirlo. Y es que muchas veces los propios consumidores, además de los anuncios de la tele, alimentaban el fenómeno.
Nunca sabremos como hubiera sido nuestra vida con un HDI -para mí, una herencia más tosca y mucho menos disfrutable- pero tras 230.000 kilómetros y unos cuidados bastante de andar por casa -alguna tropelía se ha cometido con el mantenimiento por mala cabeza- no podemos estar más satisfechos: las visitar al taller se han limitado a sustituir piezas de desgaste. El escape ha sido más problemático de la cuenta por un uso temporal en el que apenas se recorrían dos kilómetros y un poro en la junta de culata deja escapar algo de refrigerante, que hemos de rellenar de vez en cuando. Ha sido una buena compra.
¿Nos hubiéramos equivocado comprando un HDI o TDI? Desde luego, habida cuenta del uso que se le ha dado, pero no por que de repente los coches diésel sean malos. El problema es que muchos de estos coches han llevado una vida para la que no están pensados. No menos importante es el problema que han tenido siempre de cara al medio ambiente -pensad en vuestros pulmones, alergias y asmas, no en los árboles del amazonas- , que han obligado a los fabricantes a invertir mucho tiempo y dinero en hacerlos medianamente tolerables en este sentido para poder seguir vendiéndolos a porrillo. Con el fin de conseguir la enorme mejora en emisiones que ha habido desde aquellos terribles diésel atmosféricos a los actuales, ha sido imperativo complicar enormemente los motores y utilizar tecnología que a menudo no es todo lo fiable que nos gustaría, ya no digamos cuando se les da un uso inapropiado. En este sentido, es muy interesante el análisis que hace Arturo de Andrés en su blog de KM77:
Como venimos advirtiendo desde hace tiempo, y una vez con los motores en caliente, la eficiencia de los turbodiesel modernos, que es muy buena dentro de los parámetros en los que se maneja la automoción actual, apenas ha mejorado, si es que lo ha hecho, en la última o incluso dos últimas décadas. Todas las indudables mejoras introducidas últimamente –al precio de una complicación tecnológica impresionante, y con un riesgo de caras averías- tienen como objetivo rebajar el consumo y las emisiones en el período inicial del arranque en frío, a fin de conseguir datos de homologación que permitan beneficiarse de exenciones fiscales, rebajando lo justo para pasar la barrera a una categoría más favorable. Pero luego, una vez en marcha durante unos cuantos minutos, los coches siguen consumiendo más o menos igual que hace dos décadas, a igualdad de potencia, peso, tamaño y aerodinámica.
Lo que bien explica el señor A. de Andrés viene a confirmar justo eso, que la gran mayoría de las mejoras y evoluciones tecnológicas han ido encaminadas a reducir su impacto en la calidad del aire a costa de una elevada tecnología que a veces falla, con gran perjuicio para el propietario. Todos esos esfuerzos, hablando a toro pasado, bien podrían haberse destinado a mejorar los motores de ciclo Otto -a los que, todo sea dicho, habría que poner un filtro antipartículas de inmediato- , dejando los motores diésel para usos donde realmente es necesario: camiones, furgonetas y todo el sector del transporte a media y larga distancia, circunstancias en las que el motor trabaja realmente bien.
Lo que no puede ser es ver motores diésel con kilometrajes ridículos, o cuyo uso se reduce a hacer trayectos muy cortos, o con un uso eminentemente urbano. Ya no porque el supuesto ahorro económico del usuario quede neutralizado por averías prematuras y problemas propios del uso incorrecto y contrario a las ventajas intrínsecas al motor, sino porque en ello va la salud de todos nosotros. ¿No será hora de ir aparcando el diésel y apostarlo todo a la gasolina o GLP en el tiempo que nos dure esta barra libre de combustibles fósiles?
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