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PRUEBA: FORD FIESTA 1.2 (parte 1)


En nuestra cultura automovilística -que la hay por limitada que pueda ser- hay un puñado de coches que han dejado poso. Identificarlos es muy fácil si recurrimos a quien ve los coches con sana indiferencia, yo en estos casos suelo tirar de mi madre: digo Clio y ella sabe que es un Renault. Digo ciento veinti algo y enseguida dice Seat. Pues lo mismo pasa con el coche de nombre más patrio de cuantos hay: El Ford Fiesta.

Por sorprendente que parezca, mi experiencia a bordo de un “Fordfi” se reduce a algún viajecito, siendo un niño, en la primera? y segunda? Generación y algo más recientemente en la cuarta, siempre como pasajero. Afortunadamente, un viaje por Italia puso fin a esta grave carencia.


Una Fiesta de 40 años

La principal razón por la que el Fiesta es un coche tan nuestro es que lleva casi la friolera de cuatro décadas surcando nuestra geografía, así que la prueba viene que ni pintada para celebrar su inminente entrada en la mediana edad.

Aunque tenemos por costumbre repasar un poco el recorrido del protagonista, el del Fiesta es tan largo que da para su propia entrada, así que lo dejaremos para un especial al estilo “Grandes coches de la historia” y en esta ocasión habremos de conformarnos con unas pocas pinceladas para hacer memoria.



Corría el año 1976: el Concorde despega por primera vez, Carter llega a la presidencia de USA y Ford saca el Fiesta, su primer hatchback. El éxito fue inmediato y en tres años se alcanzaba ya el millón de unidades producidas. La exitosa factoría de Almussafes, construida para dar vida al nuevo modelo, convirtió al Fiesta en "nuestro FordFi". De diseño muy reconocible, tuvo en el 1.3 Sport y el XR2 sus versiones más interesantes.

Siete años más tarde, en 1983, saldría la segunda generación, una suerte de Fiesta remozado con cambios fundamentalmente estéticos y algún retoque a nivel de chasis. Llegó la primera versión de cambio automático, denominada CTX, y mantendría básicamente los mismos propulsores de la primera generación: la familia "Kent/Valencia" y los más potentes CVH, además de un 1.6 diésel.



En 1989 llegaría la tercera generación, ya con una imágen sensiblemente más cambiada y moderna. No es tan raro toparse con uno de estos, que llegó para enfrentarse a la dura competencia que le suponían el AX o el 205. Estrenó cosas como la inyección electrónica o el aibag, así como los motores Zetec, que tenía nen el XR2i su máximo exponente: un 1.8 litros de 133 CV (mas info sobre prestaciones y peso). Su vida comercial se prolongó hasta 1995, aunque siguió vendiéndose durante dos años más bajo el nombre de Fiesta Classic como una versión asequible del pequeño Ford.

Del '95 al '02 convivió con nostros el Mk. IV, que fue esencialmente un Fiesta de tercera generación revisado y puesto al día. Fue quizá el más intrascendente de todos principalmente por una imagen bastante insulsa -muy mejorada con un restyling en 1999- y la ausencia de versiones deportivas, siendo la más potente el 1.6 de 92 CV. Tras la mencionada actualización se añadió una versión más prestacional de 105 CV que seguía sin ser digna sucesora de la versiones XR2i.



En su quinta generación, el Fiesta da un salto de calidad importante y a nivel estético rompe con todo lo visto anteriormente, tomando prestados algunos rasgos del Focus para aprovechar el enorme tirón que este tenía. A los motores de gasolina, derivados en su mayoría de los de la generación previa -bloques 1.25, 1.2, 1.4 y 1.6 todos ellos atmosféricos- se le añaden los diésel 1.4 y 1.6 de 68 y 90 CV respectivamente, de origen PSA. Su plataforma sería aprovechada por Mazda para dar vida al Demio, conocido como 2 en Europa.

En esta generación muere la denominación XR2 para ser sustituida por las siglas ST que aún hoy perduran. Este nuevo Fiesta ST montaba un bloque de dos litros y 150 CV que (MAS INFO). En 2005 sufrió una puesta al día que afectaría tanto a la estética como al interior y equipamiento.




El mejor Fiesta

Desde mi punto de vista, al menos en lo tocante a la apariencia, la actual generación del Fiesta es la más lograda y bonita con diferencia, especialmente los modelos post-2013 que llevan la nueva calandra de diseño común a los demás modelos de Ford, una moda esta -la de utilizar los mismos rasgos en todos los modelos- que afortunadamente Ford no ha llevado al extremo como algún otro fabricante. 

Poco queda ya de aquel modesto primer Fiesta, de hecho ha crecido tanto - de 3,56 a 3,97 metros- que mide solo 18 centímetros menos que un Focus de primera generación, una circunstancia que, por otro lado, se repite en casi todos los coches del segmento B, casi comparables a los del segmento C de hace 10-15 años.



La cara dulce de las generaciones previas ha dejado paso a un frontal muchísimo más agresivo y deportivo, con ese frontal alto -la calandra en "cara de pez" recuerda un poco a Aston Martin- y los faros muy estirados hacia el lateral, llegando casi a la altura del eje. Dos marcados nervios laterales ascienden hacia la zaga, imprimiendo dinamismo a la vista lateral, y nos llevan a una zaga muy recogida y elevada cuyo spoiler, que protege una luneta más bien pequeña, se lleva buena parte del protagonismo. Las ópticas de diseño casi triangular están en una posición elevada y, como hacen los faros delanteros, se integran claramente en el lateral.

En determinadas fotos -según el punto de vista- me da la sensacion de ser un poco "monovolumenizado", un efecto óptico probablemente causado por la curvatura del techo y lo elevado de la trasera. Es algo parecido a lo que me ocurre con el Skoda Fabia de la anterior generación, de diseño diametralmente opuesto pero que me producía la misma impresión. En vivo no se ha repetido esa sensación, de hecho me resulta vistoso y simpático incluso en gris metalizado y la configuración estética más básica. Si fuera por diseño, me lo compraría. Sin embargo también hay que ver qué nos ofrece por dentro, pongámonos con ello.

Interior

Por alguna razón que no sabría explicar, nunca me han gustado los diseños interiores de Ford, y eso que todo lo que huye de la excesiva sobriedad que en algún momento se puso de moda parte con ventaja. Sin embargo los salpicaderos Ford, desde que me subí al Focus de primera generación, no me entran por los ojos. Con el Fiesta no fue distinto... al principio. Me costó hacerme al psicodélico azul de los diales -lo recogimos por la noche- y al día siguente, al verlo detenidamente a plena luz, no cambió mi opinión. Pero lo cierto es que al cabo de unos días, si bien seguía sin volverme loco, ya lo miraba con otros ojos.



La distribución de los mandos es curiosa, con tres grandes ruletas para la climatización -el hecho de que esté tan separada de los demás botones me parece una ventaja- que se manejan con facilidad y por encima un saliente con toda la botonería dedicada al audio. Las teclas más elementales, como las de pasar de una función a otra -radio, entrada auxiliar, CD... además de cierre de puertas y luces de emergencia- quedan a mano y uno se las aprende con rapidez, el teclado numérico y el "joystick" para navegar entre las opciones ya te hacen incorporarte un poco, al menos en mi caso, por lo que no son cómodas de utilizar mientras se conduce. La pantalla monocroma es pequeña y sosa para los estándares de hoy, pero es cierto que se lee bien en toda circunstancia y cumple con su cometido.

Los materiales están muy bien, hay incluso más recubrimientos blandos de los que cabe esperar en un segmento B. Los ajustes también son bastante buenos, aunque rebuscando se puede, como casi siempre, encontrar defectillos de esos que a nadie le importan realmente. Por ejemplo el volante tenía en la parte de atrás del aro un agujerito -el típico que al fondo esconde un tornillo- que no da la mejor de las sensaciones, pero teniendo en cuenta que es un coche destinado a alquiler, con el nivel de equipamiento más básico posible, el Ford raya a buen nivel.



Por comparar, el Audi A1 que probamos está, a nivel de ensamblaje, materiales y tacto de los mandos, mejor acabado. Sin embargo hay que ver si merece la pena la mejor terminación por la diferencia de precio a pagar, que es un asunto muy diferente. El Corsa -no el reciente, sino el anterior- no está en mi opinión mejor por dentro. Del Ibiza -el modelo coetáneo- , que es el que menos fresco tengo, recuerdo que los materiales eran bastante normalitos, pero si tenía unos ajustes bastante conseguidos, seguramente superior en este sentido al Fiesta

Para la segunda parte, dejamos el apartado dinámico, que tuvo lugar por casi todo el norte de Italia. Diré como anticipo que el modestísimo Fiesta cumplió con nota… e incluso en la conducción “espirituosa” por alguna carreterita del Cinque Terre.

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