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EL TRISTE PROTAGONISMO DE LOS RALLIES


Apenas recuerdo un puñado de portadas en las que los rallies, la disciplina deportiva que más me apasiona, fuera  protagonista. De hecho, ahora mismo solo sabría citar dos del diario deportivo Marca: una en la que Carlos Sainz y Luis Moya aparecen subidos al Toyota tras ganar Montecarlo y la de la fatídica tarde de Cardiff donde la pareja se quedó a tiro de piedra, casi literalmente, de ganar su tercer título mundial. Imagino que cuando Carlos asaltó el Dakar también ocuparía algún trocito pequeño de portada, así como la victoria de Dani Sordo y Marc Martí en Alemania.

Ahora bien, portadas con accidentes y desgracias sucedidas en algún tramo hay para forrar una galería del Museo del Prado. No cabe duda que cualquier evento en el que una o varias personas pierdan la vida es triste noticia, el problema reside en el morbo con el que se tratan los accidentes, que en ocasiones raya lo obsceno, como cuando alguna cadena  -seguro que todos os imagináis cuál-  busca entre los asistentes imágenes o vídeos del momento en el que el coche le quita la vida al aficionado para ser emitidos después. Creo que vergonzoso sería poco decir.


Desafortunadamente ayer en el Rally de Miengo sufrimos de nuevo el acoso mediático  -a veces honesto, todo hay que decirlo-  cuando un coche se salió de la carretera y arrolló a nueve espectadores, dos de los cuales fallecieron. Desconozco los pormenores del incidente, si los espectadores estaban mal colocados, si la organización pudo haber hecho algo más por evitarlo… Lo que sí sé es que un rally es un deporte que entraña riesgo, y que ni todas las precauciones del mundo pueden evitarle a un piloto un mal bote a 140 km/h que mande el coche contra el público por bien situado que esté. O que de 20 vueltas de campana y una llanta salga despedida y golpee a alguien. O que en la curva más tonta de todo el tramo un quitamiedos te cambie la vida. Robert Kubica, que no es ningún inútil al volante, sabe de eso.

Desde aquí mis más sinceras condolencias a las familias y amigos de los fallecidos, que tendrán el consuelo  -si es que existe algo que consuele algo así-  de que las víctimas se fueron disfrutando de lo que les apasionaba. Sería injusto no tener también unas palabras de ánimo para piloto y copiloto, en ningún caso culpables de un accidente así. 

Ahora toca aprender de lo sucedido, procurar que las pruebas gocen de la máxima seguridad posible y esperar que la mala suerte nunca vuelva a convertir la tragedia en protagonista en este deporte, que como tantos otros, tiene muchos riesgos. Y es que, como dicen en México, cuando no toca, ni aunque te pongas. Cuando toca, ni aunque te quites.

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