Frío como el hielo me he quedado esta mañana al encender el teléfono y leer la trágica noticia de la inesperada y repentina muerte de María de Villota en el hotel de Sevilla en el que se hospedaba. Muy reconocida tanto dentro como fuera de los circuitos, se va con solo 33 años cuando más disfrutaba de la vida.
De Villota, ex-piloto probador del equipo Marussia de Formula 1, sufrió en Julio de 2012 un gravísimo accidente al impactar su monoplaza contra un camión de asistencia, sufriendo daño severo en el lado derecho del cráneo. Tras la larga recuperación, el accidente se saldó con un parche en el ojo y una sonrisa mucho mayor en su cara, consciente como fué de la segunda oportunidad que le había brindado la vida.
Desde entonces, cambió el volante por la lucha a favor de la seguridad en las carreteras, además de colaborar con la FIA en varias ocasiones. "Ejemplo de superación", "luchadora" y "ejemplo de deportista" fueron palabras frecuentemente escritas junto a su nombre en el último año y medio.
Personalmente, conocí de pequeño a la piloto, cuando allá por el año 2000 empecé a leer la revista Car and Driver, en la que aparecía con frecuencia. Aunque no fuera especial seguidor suyo, sí estaba al tanto de sus múltiples incursiones en el mundo del automovilismo, empezando por la Fórmula Toyota Castrol y terminando en uno de los máximos logros que todo piloto sueña con alcanzar y que ella vió cumplido: formar parte del gran circo de la Formula 1.
No queda otra que sumarnos a las numerosas muestras de cariño recibidas por la familia y aplicarnos la enseñanza más valiosa que quiso transmitirnos: que la vida es un regalo.
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