Un gran paso hacia adelante. No se puede definir mejor con
menos palabras al Citroën C4 que hemos probado estos días. En una época donde
lo lógico y habitual es optar por la simplicidad y el “menos por menos” en
lugar del tradicional “más por menos”, hay que agradecer a algunas marcas que
no hayan cejado en el empeño de ofrecer mucho y muy bueno sin que el montante a
pagar incluya diversos órganos. Este es, y muy claramente, el caso de Citroën,
al menos en este modelo que hemos tenido la fortuna de probar: el C4 HDI 150 CV
Exclusive.
Antes de entrar en materia y como viene siendo habitual,
vamos a repasar un poco los orígenes de este compacto que está cumpliendo las
altísimas expectativas que se habían puesto sobre él en cuanto a volumen de
ventas.
En busca de un sucesor digno
Corría el año 2004 cuando el veterano Xsara pedía a gritos
una sustitución, tras la durísima pugna que durante 7 años mantuvo con Megane,
Focus y Astra principalmente. Fue así como llegó el C4 para dar relevo al
exitoso Xsara -usando la nueva nomenclatura que habían comenzado ya el pequeño
C3 y la berlina C5- . Personalmente
pienso que, al principio, ocurrió un poco como con el Megáne de la época: tenía
un diseño quizá demasiado futurista, demasiado cambio respecto al modelo que
sustituía. Si ya la versión 5 puertas tenía una trasera chocante -que no fea-
, la de 3 dejaba a muchos ojipláticos.
Como sucediera con su homólogo francés, el C4 acabó
gustando, mucho si nos guiamos por las ventas, y Citroën volvía a colocar alto
el listón en el segmento C. Pese a algunas extravagancias, como el volante
“fijo” -solo giraba el aro, el centro
permanecía inmóvil- o su “original” disposición del velocímetro digital, la
primera generación demostró ser un compacto fantástico, asequible y muy seguro.
No en vano, el EuroNCAP le asigno 5 estrellas y 35 de 36 puntos en protección
de pasajeros. Tras 6 años de éxitos, en 2010 apareció la segunda y actual
generación. Veamos como es.
Más presencia, menos desenfado
Si con el primer C4 post-restyling
ya habían logrado un coche de rasgos afilados y atractivos, en este han
dado otra vuelta de tuerca y, aunque siempre son consideraciones personales,
creo que la mayoría veríamos en este un modelo aún más bonito que el anterior. La
nueva calandra, donde las dos bandas cromadas y el “doble chevron” siguen
teniendo gran relevancia, presiden un morro más alto y con el capó más corto,
dando una mayor impresión de solidez. La mirada de las ópticas, aún más
agresiva que las de su predecesor, los dos apéndices inferiores a los lados del
spoiler delantero… Gran trabajo el de la
marca gala dando más empaque a todo el conjunto.
La vista lateral la protagonizan un nervio inferior y otro
superior partido en dos a distintas alturas. Los espejos, bastante voluminosos,
continúan partiendo su peculiar colocación, partiendo de la puerta en lugar de
hacerlo desde el vértice del pilar A.
La zaga, desde mi punto de vista, es la zona quizá menos lograda
del diseño. Según el ángulo, la caída del maletero es como si no acabase de
encajar del todo y los faros trasero se asemejan demasiado a los del más
pequeño C3. En cualquier caso, en general lo considero de los más bonitos del segmento y sin
duda de los primeros en cuanto a originalidad.
Esta unidad que hemos podido probar equipaba unas llantas de
18” en dos tonos de gris, un fantástico techo panorámico del que hablaremos más
adelante y faros bi-direccionales de xenón,
siendo este equipamiento opcional.
Bonito y por fuera… y por dentro
Hay cosas que no cambian y otras que sí. De las primeras es,
por ejemplo, la cantidad de equipamiento, gadgets y botoncitos que equipa en
sus modelos Citroën “por la cara” o, en el peor de los casos, a un precio muy
razonable. Al principio incluso abruma, agobia. Es lo que tiene escoger un
coche hasta las cejas de elementos de serie.
Lo que sí ha cambiado es la sensación de calidad, de coche
bien terminado. Menudo salto adelante ha dado Citroën en este aspecto. Siendo
justos, hay que decir que aún se encuentra un puntito por debajo de los
equivalentes del grupo VAG, que suelen tenerse como referencia. Sin embargo,
teniendo en cuanta el equipamiento y el
actual nivel de los acabados, el sobreprecio de algunos rivales se hace
francamente difícil de justificar.
Volviendo al interior, lejos queda el diseño soso o anodino de algunos rivales. Tampoco es un diseño alocado o arriesgado -se agradece- pero no aburre. Los plásticos más a la vista son
agradables al tacto, blandos y de tacto gomoso, el volante, de cuero, posee un
tacto magnífico, así como el pomo de la palanca. Los botones transimiten
solidez, tienen una háptica muy buena y no parece que se vayan a romper pasado
mañana. En cambio, tiene algún plástico de peor calidad en zonas inferiores
como en las puertas o bajo el volante, pero que no estropean la estupenda
sensación general.
La practicidad no se ha dejado de lado: hay enormes huecos
en las puertas, cajoneras bajo los asientos delanteros, en el salpicadero, en
la consola central tras la palanca de cambios… Asimismo, abundan las luces de
iluminación interior. Incluso los retrovisores tienen una luz de cortesía muy útil
para abrir el coche por la noche. Muy bien resuelto el coche en este aspecto.
El espacio para los los ocupantes delanteros es adecuado, no
especialmente bueno ni malo. Los asientos me han parecido muy buenos,
parcialmente tapizados en cuero, con muy buena sujeción lateral. Son firmes y
muy cómodos, aunque se puede entender que alguien los encuentre un poco duros.
En la versión Exclusive que hemos
probado tienen, además de regulación lumbar y ajuste parcialmente
eléctrico -para inclinar el respaldo,
Citroën sigue recurriendo a la condenada ruedecita- una función masaje que endurece y ablanda la
zona inferior de la espalda haciendo “olas”. No es ni mucho menos como el modo
masaje de las berlinas del segmento E ni merece la pena optar a estos asientos
por esta característica, pero son de serie en el acabado Exclusive. Sí, habéis oído
bien, he dicho de serie.
Atrás me ha decepcionado un poco, pues el espacio para las
piernas -aunque en la foto no lo parezca- es escaso, demasiado escaso diría yo para un compacto. A lo ancho me
pareció normal, ni estrecho ni muy espacioso. La plaza central es bastante más
dura que las laterales, que son muy cómodas. No hay problemas de altura
midiendo 1.80 e incluso un poco más. En la plaza central de nuevo tendremos
problemas si pasamos del metro setenta y
poco.
A cambio de no tener unas plazas traseras muy desahogadas,
podremos colmar el gran maletero de algo más de 400 litros de capacidad, de los
mayores de su segmento. Ni el Megane o el Focus en sus respectivas versiones
berlina le superan. Tiene un diseño con paredes totalmente planas que permite
sacarle muchísimo partido y evita echar unas partidas de tetris cada vez que
tenemos que viajar.
No quiero terminar esta primera parte sin hablar del
brillante techo panorámico y de la personalización. El primero, de regulación
eléctrica mediante un selector en el techo, deja al descubierto un enorme techo -la práctica totalidad del mismo está
acristalada- que llena de luz el
interior. No recuerdo haberme subido nunca a un coche tan luminoso, a pesar del
tradicional día gris asturiano. Además, estéticamente es una opción muy
favorecedora.
Respecto a la personalización, Citroën ha tenido a bien
optar por una interpretación más
pragmática de este concepto. Se pueden escoger
varios colores para la iluminación de las esferas del cuadro de mandos,
diferentes sonidos para los intermitentes y lo mismo para las distintas alertas
que pueda emitir el coche. En alguna publicación han calificado estas opciones
de absurdas o muy prescindibles pero… ¿acaso cambiar los sonidos es más
estúpido que poner las salidas del aire de colorines?
Dejamos para la próxima parte la prueba dinámica y el
equipamiento. ¿Dejará en la carretera la misma buena sensación que ha dejado hasta ahora?
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