En el post anterior hablábamos de ruedas de invierno,
cadenas y demás. Hoy vamos a tocar otros elementos muy relacionados, pero cuya
ubicación no es el coche si no el firme que este pisa.
En los meses más fríos del año, el agua suele ser una
constante, bien se trate de una “inocente” humedad, de una copiosa lluvia, de
nieve o incluso del temido hielo. Estas circunstancias obligan a ser mas
cuidadosos si cabe cuando circulamos. Vamos a repasar un poco la conducción
bajo estas circunstancias.
Unas gotitas… o un diluvio
El agua en la carretera siempre supone un mayor riesgo
respecto a un pavimento seco. Es común circular por puertos de montaña o
carreteras nacionales con alguna zona sombría, donde apenas entra el sol en
todo el día, y que suelen ocultar humedades
-la forma más “inofensiva” de encontrarse con agua- . En sí, no suponen un gran peligro salvo que
por alguna razón se produzca un cambio de apoyo o de trayectoria brusco. De ahí
la importancia de extremar las precauciones.
Otra cosa es cuando la lluvia hace acto de presencia. Siempre
he oído que el agua es especialmente peligrosa en dos circunstancias: cuando
caen las primeras gotas -se forma una
resbaladiza película de agua y suciedad- y cuando hay demasiada en el piso, con
el consiguiente riesgo de aquaplaning
-las ruedas no son capaces de drenar a través de su dibujo todo el agua
y “flotan” sobre la calzada- y posible
pérdida del control. Así se explica la importancia de llevar un dibujo profundo en los neumáticos.
En un típico día lluvioso, con una conducción tranquila por debajo
de los límites de velocidad, no es estrictamente necesario cambiar la forma de
conducir, aunque sí es recomendable moderar la velocidad,
principalmente por la respuesta mucho más lenta e impredecible del coche ante
un evento inesperado: no será lo mismo esquivar una piedra en seco, donde las
ruedas obedecen inmediatamente, que con el firme empapado, donde estas se
deslizan con facilidad.
Se puede dar por hecho que todos tenemos ya ABS, por lo que
no se debe tener miedo a hundir el pie en el freno: las ruedas no se bloquearán
y mantendremos buena parte de la direccionalidad. Si además contamos con
ESP -control de estabilidad- las posibilidades de trompo en una maniobra
brusca se ven muy reducidas. No obstante, estos dos sistemas tan importantes que ahorran tantos disgustos controlan un coche que sigue estando sujeto a las
leyes de la física, no hacen milagros.
Por último, podríamos encontrarnos con un pavimento donde el
líquido elemento no se drena con la suficiente rapidez y se acumula pudiendo
provocar el temido aquaplaning que mencionamos antes. Obviamente la solución
fácil es ir despacio, en cuyo caso nunca sufriremos el temido efecto. Sin
embargo, en España hay muchas carreteras
y autopistas con más agujeros que un edificio iraquí, donde se acumulará
el agua pudiendo formar grandes charcos que podrían sorprendernos.
Lo primero que notaremos durante el aquaplaning es que la
dirección “flota”. Depende un poco de la dirección de cada coche, pero se nota “el
extraño”. Lo fundamental es no girar ni hacer vaivenes con el volante, no
acelerar y tampoco frenar, ya que el verdadero riesgo no es
cuando el coche flota -si no “tocas”
nada, el coche sigue tal cual- sino
cuando recupera el agarre, que puede producirse un bandazo o una inestabilidad
que acabe en trompo. Lo ideal es pisar el embrague y mantener firme el volante,
pero al volante a veces hay que tener muchas tablas para reaccionar como lo
haría un profesional, así que mejor quedaros con lo fundamental: volante
recto -o con el mismo ángulo si es en
curva- , no tocar el freno y levantar un
poquitín el pie del acelerador.
Dejamos para una tercera parte la conducción en nieve y hielo, circunstancias que ahora mismo muchos estarán
viviendo tras este temporal que acabamos de sufir. Id con cuidado!
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